jueves, 20 de agosto de 2015

"añoranza"

¡Hola!  Lamento  no haber podido publicar antes. Estoy muy ocupada  con el colegio y mis otras  actividades...  Aquí traigo  un cuento que escribí, uno de los últimos. ¡Espero que les guste! 
 

Añoranza

 

Recuerdo  los  inicios como una vaga neblina de felicidad. Sobre todo  lo concreto, como si hubiese sido un recuerdo implantado que el cerebro ha terminado por creer, como las historias que uno recibe sobre su propia infancia.

Recuerdo los momentos que me he propuesto recordar. Recuerdo lo que quizá es más importante. Su olor, encerrado en una cápsula de aire, con el que hoy mismo me he vuelto a encontrar, la añorada  textura de sus manos a la que me costó acostumbrarme,  su voz y su forma peculiar de pronunciar las palabras con r. Recuerdo su amabilidad, su chispa, su espontaneidad. Aplico sin hacer consciente  todo lo que me ha enseñado. Y lo extraño. Lo necesito. ¿Qué estupidez he cometido? Un pecado por omisión, obviamente. ¿Y por qué? Por  no lanzarme como él me había enseñado. El último día que lo  vi queda en mi mente más borroso y mucho más oscuro  que el inicio. ¿Hubo siquiera un abrazo real? ¿Hubo respuesta física a las cartas mutuamente escritas? NO lo creo. Pensamos que nos volveríamos a ver, como todo el  mundo lo hace. Un suspiro me anuda la garganta. Ese gesto con las manos que no puede ser de ningún otro parece estar soplándome  al oído. ¿Estoy enamorada? Ha desaparecido completamente del mundo virtual, o al menos del que construyó  para hablar conmigo. Sí, ha sido solo para eso. Todas esas cuentas creadas y amigos agregados a las redes sociales eran solamente disfraces. ÉL quería hablar conmigo. ¿Y ahora? Ahora… No lo sé. NO hay nadie lo suficientemente cruel como para romper por propia voluntad  50 lazos  diferentes de años de duración,  por más pequeños que fueren.  No creo que él sea capaz de hacerlo. Lo sé, tenía defectos, como todos. ¿Y a quién le importa? Hizo de mí una persona con vida.  Y también sé que un día  reaparecerá, reaparecerá. Quizá oiga su voz, y la adrenalina recorra mi cuerpo.  Sentiré su presencia, y no reaccionaré. Estaré tan feliz por dentro que las reacciones externas se detendrán. ¿Correré a abrazarlo? ¿Me saludará? ¿O volverá a hacer su gesto tan característico, el que me dijo que no debería olvidar? ¿Comenzaré a llorar? ¿Me quedaré estática? ¿Lo reconoceré?  ¿Y después? ¿Saldremos a caminar, tomados del brazo? ¿Qué recordaremos? ¿Y su voz? ¿SU forma de hablar? ¿SU apariencia? ¿SU comportamiento? Sé que seguirá, en lo importante, siendo completamente igual. Habrá  cambiado, claro que sí; quizá le crezca la barba; quizá se exprese diferente o haya dejado de comer galletas;  pero nunca perderá lo que realmente importa. EL viento frío parece traérmelo desde las lejanas  mañanas, cuando se exponía  al invierno solo por hacerme feliz. Me trae sus  risas y sus historias, su brazo, su estatura, sus comentarios al azar. ¿Dónde está?  El viento que me sopla en  la cara no me da una respuesta.

Mis predicciones para el futuro  no son exactamente claras. NO tengo formada una historia, ni un tiempo, ni un lugar. Solo sé lo que sentiré al volver a verlo a los ojos. Sí, la primera cosa. ¿Y después? Después nada. ¿Dónde? Una cena, un café, ¿En este mismo lugar? ¿Cuándo? Ahora mismo, por supuesto. Mientras antes ocurra, mejor. ¿Por qué? Porque lo necesito. Por favor, atraviesa un portal, convence a los dioses, escápate de donde quiera que estés, derríbalos  con tus agudas  críticas  o con tu fulminante ánimo. Cuéntales una historia, clávales un puñal, hazles lo que tú quieras. Pero vuelve, por favor. Porque yo no puedo ir por ti. Quizá sea la naturaleza vengándose de los tantos años que las princesas tuvieron que pasar encerradas en los castillos, o mi cobardía, o el destino. Pero hay algo que me mantiene aquí.  No sé en qué dirección partir. EL olor a chocolate, a miel de abeja y pelota de basquetbol se disemina por  el aire, y yo vuelvo a caer en este sopor abrumador, del que apenas  he conseguido salir.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 




 
Añoranza
 
Recuerdo  los  inicios como una vaga neblina de felicidad. Sobre todo  lo concreto, como si hubiese sido un recuerdo implantado que el cerebro ha terminado por creer, como las historias que uno recibe sobre su propia infancia.
Recuerdo los momentos que me he propuesto recordar. Recuerdo lo que quizá es más importante. Su olor, encerrado en una cápsula de aire, con el que hoy mismo me he vuelto a encontrar, la añorada  textura de sus manos a la que me costó acostumbrarme,  su voz y su forma peculiar de pronunciar las palabras con r. Recuerdo su amabilidad, su chispa, su espontaneidad. Aplico sin hacer consciente  todo lo que me ha enseñado. Y lo extraño. Lo necesito. ¿Qué estupidez he cometido? Un pecado por omisión, obviamente. ¿Y por qué? Por  no lanzarme como él me había enseñado. El último día que lo  vi queda en mi mente más borroso y mucho más oscuro  que el inicio. ¿Hubo siquiera un abrazo real? ¿Hubo respuesta física a las cartas mutuamente escritas? NO lo creo. Pensamos que nos volveríamos a ver, como todo el  mundo lo hace. Un suspiro me anuda la garganta. Ese gesto con las manos que no puede ser de ningún otro parece estar soplándome  al oído. ¿Estoy enamorada? Ha desaparecido completamente del mundo virtual, o al menos del que construyó  para hablar conmigo. Sí, ha sido solo para eso. Todas esas cuentas creadas y amigos agregados a las redes sociales eran solamente disfraces. ÉL quería hablar conmigo. ¿Y ahora? Ahora… No lo sé. NO hay nadie lo suficientemente cruel como para romper por propia voluntad  50 lazos  diferentes de años de duración,  por más pequeños que fueren.  No creo que él sea capaz de hacerlo. Lo sé, tenía defectos, como todos. ¿Y a quién le importa? Hizo de mí una persona con vida.  Y también sé que un día  reaparecerá, reaparecerá. Quizá oiga su voz, y la adrenalina recorra mi cuerpo.  Sentiré su presencia, y no reaccionaré. Estaré tan feliz por dentro que las reacciones externas se detendrán. ¿Correré a abrazarlo? ¿Me saludará? ¿O volverá a hacer su gesto tan característico, el que me dijo que no debería olvidar? ¿Comenzaré a llorar? ¿Me quedaré estática? ¿Lo reconoceré?  ¿Y después? ¿Saldremos a caminar, tomados del brazo? ¿Qué recordaremos? ¿Y su voz? ¿SU forma de hablar? ¿SU apariencia? ¿SU comportamiento? Sé que seguirá, en lo importante, siendo completamente igual. Habrá  cambiado, claro que sí; quizá le crezca la barba; quizá se exprese diferente o haya dejado de comer galletas;  pero nunca perderá lo que realmente importa. EL viento frío parece traérmelo desde las lejanas  mañanas, cuando se exponía  al invierno solo por hacerme feliz. Me trae sus  risas y sus historias, su brazo, su estatura, sus comentarios al azar. ¿Dónde está?  El viento que me sopla en  la cara no me da una respuesta.
Mis predicciones para el futuro  no son exactamente claras. NO tengo formada una historia, ni un tiempo, ni un lugar. Solo sé lo que sentiré al volver a verlo a los ojos. Sí, la primera cosa. ¿Y después? Después nada. ¿Dónde? Una cena, un café, ¿En este mismo lugar? ¿Cuándo? Ahora mismo, por supuesto. Mientras antes ocurra, mejor. ¿Por qué? Porque lo necesito. Por favor, atraviesa un portal, convence a los dioses, escápate de donde quiera que estés, derríbalos  con tus agudas  críticas  o con tu fulminante ánimo. Cuéntales una historia, clávales un puñal, hazles lo que tú quieras. Pero vuelve, por favor. Porque yo no puedo ir por ti. Quizá sea la naturaleza vengándose de los tantos años que las princesas tuvieron que pasar encerradas en los castillos, o mi cobardía, o el destino. Pero hay algo que me mantiene aquí.  No sé en qué dirección partir. EL olor a chocolate, a miel de abeja y pelota de basquetbol se disemina por  el aire, y yo vuelvo a caer en este sopor abrumador, del que apenas  he conseguido salir.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 





 

 

 

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