Añoranza
Recuerdo los
inicios como una vaga neblina de felicidad. Sobre todo lo concreto, como si hubiese sido un recuerdo
implantado que el cerebro ha terminado por creer, como las historias que uno
recibe sobre su propia infancia.
Recuerdo
los momentos que me he propuesto recordar. Recuerdo lo que quizá es más
importante. Su olor, encerrado en una cápsula de aire, con el que hoy mismo me
he vuelto a encontrar, la añorada
textura de sus manos a la que me costó acostumbrarme, su voz y su forma peculiar de pronunciar las
palabras con r. Recuerdo su amabilidad, su chispa, su espontaneidad. Aplico sin
hacer consciente todo lo que me ha
enseñado. Y lo extraño. Lo necesito. ¿Qué estupidez he cometido? Un pecado por
omisión, obviamente. ¿Y por qué? Por no
lanzarme como él me había enseñado. El último día que lo vi queda en mi mente más borroso y mucho más
oscuro que el inicio. ¿Hubo siquiera un
abrazo real? ¿Hubo respuesta física a las cartas mutuamente escritas? NO lo
creo. Pensamos que nos volveríamos a ver, como todo el mundo lo hace. Un suspiro me anuda la
garganta. Ese gesto con las manos que no puede ser de ningún otro parece estar
soplándome al oído. ¿Estoy enamorada? Ha
desaparecido completamente del mundo virtual, o al menos del que construyó para hablar conmigo. Sí, ha sido solo para
eso. Todas esas cuentas creadas y amigos agregados a las redes sociales eran
solamente disfraces. ÉL quería hablar conmigo. ¿Y ahora? Ahora… No lo sé. NO
hay nadie lo suficientemente cruel como para romper por propia voluntad 50 lazos
diferentes de años de duración,
por más pequeños que fueren. No
creo que él sea capaz de hacerlo. Lo sé, tenía defectos, como todos. ¿Y a quién
le importa? Hizo de mí una persona con vida.
Y también sé que un día
reaparecerá, reaparecerá. Quizá oiga su voz, y la adrenalina recorra mi
cuerpo. Sentiré su presencia, y no
reaccionaré. Estaré tan feliz por dentro que las reacciones externas se
detendrán. ¿Correré a abrazarlo? ¿Me saludará? ¿O volverá a hacer su gesto tan
característico, el que me dijo que no debería olvidar? ¿Comenzaré a llorar? ¿Me
quedaré estática? ¿Lo reconoceré? ¿Y
después? ¿Saldremos a caminar, tomados del brazo? ¿Qué recordaremos? ¿Y su voz?
¿SU forma de hablar? ¿SU apariencia? ¿SU comportamiento? Sé que seguirá, en lo
importante, siendo completamente igual. Habrá
cambiado, claro que sí; quizá le crezca la barba; quizá se exprese
diferente o haya dejado de comer galletas;
pero nunca perderá lo que realmente importa. EL viento frío parece
traérmelo desde las lejanas mañanas,
cuando se exponía al invierno solo por
hacerme feliz. Me trae sus risas y sus
historias, su brazo, su estatura, sus comentarios al azar. ¿Dónde está? El viento que me sopla en la cara no me da una respuesta.
Mis
predicciones para el futuro no son
exactamente claras. NO tengo formada una historia, ni un tiempo, ni un lugar.
Solo sé lo que sentiré al volver a verlo a los ojos. Sí, la primera cosa. ¿Y
después? Después nada. ¿Dónde? Una cena, un café, ¿En este mismo lugar?
¿Cuándo? Ahora mismo, por supuesto. Mientras antes ocurra, mejor. ¿Por qué?
Porque lo necesito. Por favor, atraviesa un portal, convence a los dioses,
escápate de donde quiera que estés, derríbalos
con tus agudas críticas o con tu fulminante ánimo. Cuéntales una
historia, clávales un puñal, hazles lo que tú quieras. Pero vuelve, por favor.
Porque yo no puedo ir por ti. Quizá sea la naturaleza vengándose de los tantos
años que las princesas tuvieron que pasar encerradas en los castillos, o mi
cobardía, o el destino. Pero hay algo que me mantiene aquí. No sé en qué dirección partir. EL olor a
chocolate, a miel de abeja y pelota de basquetbol se disemina por el aire, y yo vuelvo a caer en este sopor
abrumador, del que apenas he conseguido
salir.
Añoranza
Recuerdo los
inicios como una vaga neblina de felicidad. Sobre todo lo concreto, como si hubiese sido un recuerdo
implantado que el cerebro ha terminado por creer, como las historias que uno
recibe sobre su propia infancia.
Recuerdo
los momentos que me he propuesto recordar. Recuerdo lo que quizá es más
importante. Su olor, encerrado en una cápsula de aire, con el que hoy mismo me
he vuelto a encontrar, la añorada
textura de sus manos a la que me costó acostumbrarme, su voz y su forma peculiar de pronunciar las
palabras con r. Recuerdo su amabilidad, su chispa, su espontaneidad. Aplico sin
hacer consciente todo lo que me ha
enseñado. Y lo extraño. Lo necesito. ¿Qué estupidez he cometido? Un pecado por
omisión, obviamente. ¿Y por qué? Por no
lanzarme como él me había enseñado. El último día que lo vi queda en mi mente más borroso y mucho más
oscuro que el inicio. ¿Hubo siquiera un
abrazo real? ¿Hubo respuesta física a las cartas mutuamente escritas? NO lo
creo. Pensamos que nos volveríamos a ver, como todo el mundo lo hace. Un suspiro me anuda la
garganta. Ese gesto con las manos que no puede ser de ningún otro parece estar
soplándome al oído. ¿Estoy enamorada? Ha
desaparecido completamente del mundo virtual, o al menos del que construyó para hablar conmigo. Sí, ha sido solo para
eso. Todas esas cuentas creadas y amigos agregados a las redes sociales eran
solamente disfraces. ÉL quería hablar conmigo. ¿Y ahora? Ahora… No lo sé. NO
hay nadie lo suficientemente cruel como para romper por propia voluntad 50 lazos
diferentes de años de duración,
por más pequeños que fueren. No
creo que él sea capaz de hacerlo. Lo sé, tenía defectos, como todos. ¿Y a quién
le importa? Hizo de mí una persona con vida.
Y también sé que un día
reaparecerá, reaparecerá. Quizá oiga su voz, y la adrenalina recorra mi
cuerpo. Sentiré su presencia, y no
reaccionaré. Estaré tan feliz por dentro que las reacciones externas se
detendrán. ¿Correré a abrazarlo? ¿Me saludará? ¿O volverá a hacer su gesto tan
característico, el que me dijo que no debería olvidar? ¿Comenzaré a llorar? ¿Me
quedaré estática? ¿Lo reconoceré? ¿Y
después? ¿Saldremos a caminar, tomados del brazo? ¿Qué recordaremos? ¿Y su voz?
¿SU forma de hablar? ¿SU apariencia? ¿SU comportamiento? Sé que seguirá, en lo
importante, siendo completamente igual. Habrá
cambiado, claro que sí; quizá le crezca la barba; quizá se exprese
diferente o haya dejado de comer galletas;
pero nunca perderá lo que realmente importa. EL viento frío parece
traérmelo desde las lejanas mañanas,
cuando se exponía al invierno solo por
hacerme feliz. Me trae sus risas y sus
historias, su brazo, su estatura, sus comentarios al azar. ¿Dónde está? El viento que me sopla en la cara no me da una respuesta.
Mis
predicciones para el futuro no son
exactamente claras. NO tengo formada una historia, ni un tiempo, ni un lugar.
Solo sé lo que sentiré al volver a verlo a los ojos. Sí, la primera cosa. ¿Y
después? Después nada. ¿Dónde? Una cena, un café, ¿En este mismo lugar?
¿Cuándo? Ahora mismo, por supuesto. Mientras antes ocurra, mejor. ¿Por qué?
Porque lo necesito. Por favor, atraviesa un portal, convence a los dioses,
escápate de donde quiera que estés, derríbalos
con tus agudas críticas o con tu fulminante ánimo. Cuéntales una
historia, clávales un puñal, hazles lo que tú quieras. Pero vuelve, por favor.
Porque yo no puedo ir por ti. Quizá sea la naturaleza vengándose de los tantos
años que las princesas tuvieron que pasar encerradas en los castillos, o mi
cobardía, o el destino. Pero hay algo que me mantiene aquí. No sé en qué dirección partir. EL olor a
chocolate, a miel de abeja y pelota de basquetbol se disemina por el aire, y yo vuelvo a caer en este sopor
abrumador, del que apenas he conseguido
salir.
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